martes, 27 de diciembre de 2011

Ap 2, 4-7 Hayas dejado enfriar el amor que tenías

(Ap 2, 4-7) Hayas dejado enfriar el amor que tenías

[4] Pero debo reprocharte que hayas dejado enfriar el amor que tenías al comienzo. [5] Fíjate bien desde dónde has caído, conviértete y observa tu conducta anterior. Si no te arrepientes, vendré hacia ti y sacaré tu candelabro de su lugar preeminente. [6] Sin embargo, tienes esto a tu favor: que detestas la conducta de los nicolaítas, lo mismo que yo”. [7] El que pueda entender, que entienda lo que el Espíritu dice a las Iglesias: al vencedor, le daré de comer del árbol de la vida, que se encuentra en el Paraíso de Dios».

(C.I.C 1765) Las pasiones son numerosas. La más fundamental es el amor que la atracción del bien despierta. El amor causa el deseo del bien ausente y la esperanza de obtenerlo. Este movimiento culmina en el placer y el gozo del bien poseído. La aprehensión del mal causa el odio, la aversión y el temor ante el mal que puede sobrevenir. Este movimiento culmina en la tristeza a causa del mal presente o en la ira que se opone a él. (C.I.C 1766) “Amar es desear el bien a alguien” (Santo Tomás de Aquino, Summa theologiae, 1-2, 26, 4). Los demás afectos tienen su fuerza en este movimiento original del corazón del hombre hacia el bien. Sólo el bien es amado (Cf. San Agustín, De Trinitate, 8, 3, 4: PL 42, 949). “Las pasiones son malas si el amor es malo, buenas si es bueno” (San Agustín, De civitate Dei, 14, 7: PL 41, 410).

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