3 Carta de Juan
(3Jn v.1-4) Saber que mis hijos viven en la verdad
[1] Yo, el Presbítero, saludo a mi querido hermano Gayo, a quien amo de verdad. [2] Querido hermano, ruego a Dios que te encuentres perfectamente bien y que goces de buena salud en tu cuerpo, como la tienes en tu alma. [3] Me alegré mucho cuando llegaron algunos hermanos y dieron testimonio de tu adhesión a la verdad, porque efectivamente tú vives de acuerdo con ella, [4] y mi mayor alegría es saber que mis hijos viven en la verdad.
(C.I.C 247) La afirmación del Filioque no figuraba en el símbolo confesado el año 381 en Constantinopla. Pero sobre la base de una antigua tradición latina y alejandrina, el Papa san León la había ya confesado dogmáticamente el año 447 (Cf. Epistula Quam laudabiliter: DS 284) antes incluso que Roma conociese y recibiese el año 451, en el concilio de Calcedonia, el símbolo del 381. El uso de esta fórmula en el Credo fue poco a poco admitido en la liturgia latina (entre los siglos VIII y XI). La introducción del Filioque en el Símbolo Niceno-Constantinopolitano por la liturgia latina constituye, todavía hoy, un motivo de disención con las Iglesias ortodoxas. (C.I.C 2469) ‘Los hombres […] no podrían vivir juntos si no tuvieran confianza recíproca, es decir, si no se manifestasen la verdad’ (Santo Tomás de Aquino, Summa theologiae, 2-2, 109, 3 ad 1). La virtud de la veracidad da justamente al prójimo lo que le es debido; observa un justo medio entre lo que debe ser expresado y el secreto que debe ser guardado: implica la honradez y la discreción. En justicia, ‘un hombre debe honestamente a otro la manifestación de la verdad’ (Santo Tomás de Aquino, Summa theologiae, 2-2, 109, 3).
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