jueves, 22 de julio de 2010

Col 3, 5-10 Ustedes se revistieron del hombre nuevo

(Col 3, 5-10) Ustedes se revistieron del hombre nuevo

[5] Por lo tanto, hagan morir en sus miembros todo lo que es terrenal: la lujuria, la impureza, la pasión desordenada, los malos deseos y también la avaricia, que es una forma de idolatría. [6] Estas cosas provocan la ira de Dios sobre los rebeldes. [7] Ustedes mismos se comportaban así en otro tiempo, viviendo desordenadamente. [8] Pero ahora es necesario que acaben con la ira, el rencor, la maldad, las injurias y las conversaciones groseras. [9] Tampoco se engañen los unos a los otros. Porque ustedes se despojaron del hombre viejo y de sus obras, [10] y se revistieron del hombre nuevo, aquel que avanza hacia el conocimiento perfecto, renovándose constantemente según la imagen de su Creador.

(C.I.C 1420) Por los sacramentos de la iniciación cristiana, el hombre recibe la vida nueva de Cristo. Ahora bien, esta vida la llevamos en "vasos de barro" (2Co 4,7). Actualmente está todavía "escondida con Cristo en Dios" (Col 3,3). Nos hallamos aún en "nuestra morada terrena" (2Co 5,1), sometida al sufrimiento, a la enfermedad y a la muerte. Esta vida nueva de hijo de Dios puede ser debilitada e incluso perdida por el pecado. (C.I.C 1852) La variedad de pecados es grande. La Escritura contiene varias listas. La carta a los Gálatas opone las obras de la carne al fruto del Espíritu: ‘Las obras de la carne son conocidas: fornicación, impureza, libertinaje, idolatría, hechicería, odios, discordia, celos, iras, rencillas, divisiones, disensiones, envidias, embriagueces, orgías y cosas semejantes, sobre las cuales os prevengo como ya os previne, que quienes hacen tales cosas no heredarán el Reino de Dios’ (Gal 5,19-21; cf. Rm 1, 28-32; 1Co 6, 9-10; Ef 5, 3-5; Col 3, 5-8; 1Tm 1, 9-10; 2Tm 3, 2-5). (C.I.C 1972) La Ley nueva es llamada ley de amor, porque hace obrar por el amor que infunde el Espíritu Santo más que por el temor; ley de gracia, porque confiere la fuerza de la gracia para obrar mediante la fe y los sacramentos; ley de libertad (Cf. St 1, 25; 2, 12), porque nos libera de las observancias rituales y jurídicas de la Ley antigua, nos inclina a obrar espontáneamente bajo el impulso de la caridad y nos hace pasar de la condición del siervo ‘que ignora lo que hace su señor’, a la de amigo de Cristo, ‘porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer’ (Jn 15, 15), o también a la condición de hijo heredero (Cf. Ga 4, 1-7.21-31; Rm 8, 15).

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