miércoles, 9 de noviembre de 2011

1Jn 4, 2 El que confiesa a Jesucristo procede de Dios

(1Jn 4, 2) El que confiesa a Jesucristo procede de Dios

[2] En esto reconocerán al que está inspirado por Dios: todo el que confiesa a Jesucristo manifestado en la carne, procede de Dios.

(C.I.C 463) La fe en la verdadera encarnación del Hijo de Dios es el signo distintivo de la fe cristiana: "Podréis conocer en esto el Espíritu de Dios: todo espíritu que confiesa a Jesucristo, venido en carne, es de Dios" (1Jn 4, 2). Esa es la alegre convicción de la Iglesia desde sus comienzos cuando canta "el gran misterio de la piedad": " Él ha sido manifestado en la carne" (1Tm 3, 16). (C.I.C 465) Las primeras herejías negaron menos la divinidad de Jesucristo que su humanidad verdadera (docetismo gnóstico). Desde la época apostólica la fe cristiana insistió en la verdadera encarnación del Hijo de Dios, "venido en la carne" (cf. 1Jn 4, 2-3; 2Jn 7). Pero desde el siglo III, la Iglesia tuvo que afirmar frente a Pablo de Samosata, en un concilio reunido en Antioquía, que Jesucristo es hijo de Dios por naturaleza y no por adopción. El primer concilio ecuménico de Nicea, en el año 325, confesó en su Credo que el Hijo de Dios es "engendrado, no creado, de la misma substancia [homousion] que el Padre" (Símbolo Niceno: DS 125) y condenó a Arrio que afirmaba que "el Hijo de Dios salió de la nada" (Concilio de Nicea: DS 130) y que sería "de una substancia distinta de la del Padre" (Símbolo Niceno: DS 126). (C.I.C 480) Jesucristo es verdadero Dios y verdadero Hombre en la unidad de su Persona divina; por esta razón él es el único Mediador entre Dios y los hombres. (C.I.C 483) La encarnación es, pues, el misterio de la admirable unión de la naturaleza divina y de la naturaleza humana en la única Persona del Verbo.

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