lunes, 27 de septiembre de 2010

1Tm 1, 5 El amor que brota de un corazón puro

(1Tm 1, 5) El amor que brota de un corazón puro

[5] Te hice este pedido con el fin de suscitar el amor que brota de un corazón puro, de una buena conciencia y de una fe sincera.

(C.I.C 1794) La conciencia buena y pura es iluminada por la fe verdadera. Porque la caridad procede al mismo tiempo ‘de un corazón limpio, de una conciencia recta y de una fe sincera’ (1Tm 1,5; 3, 9; 2Tm 1, 3; 1P 3, 21; Hch 24, 16). “Cuanto mayor es el predominio de la conciencia recta, tanto más las personas y los grupos se apartan del arbitrio ciego y se esfuerzan por adaptarse a las normas objetivas de moralidad” (Gaudium et spes, 16). (C.I.C 2518) La sexta bienaventuranza proclama: "Bienaventurados los limpios de corazón porque ellos verán a Dios" (Mt 5,8). Los "corazones limpios" designan a los que han ajustado su inteligencia y su voluntad a las exigencias de la santidad de Dios, principalmente en tres dominios: la caridad (cf. 1Tm 4, 3-9; 2Tm 2 ,22), la castidad o rectitud sexual (cf. 1Ts 4, 7; Col 3, 5; Ef 4, 19), el amor de la verdad y la ortodoxia de la fe (cf. Tt 1, 15; 1Tm 3-4; 2Tm 2, 23-26). Existe un vínculo entre la pureza del corazón, la del cuerpo y de la fe: Los fieles deben creer los artículos del Símbolo ‘para que, creyendo, obedezcan a Dios; obedeciéndole, vivan bien; viviendo bien, purifiquen su corazón; y purificando su corazón, comprendan lo que creen’ (San Agustín, De fide et symbolo, 10, 25: PL 40, 196).

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