viernes, 24 de julio de 2009

Rm 16, 3-4 Arriesgaron su vida para salvarme

(Rm 16, 3-4) Arriesgaron su vida para salvarme
[3] Saluden a Prisca y a Aquila, mis colaboradores en Cristo Jesús. [4] Ellos arriesgaron su vida para salvarme, y no sólo yo, sino también todas las Iglesias de origen pagano, tienen con ellos una deuda de gratitud.
(C.I.C 1655) Cristo quiso nacer y crecer en el seno de la Sagrada Familia de José y de María. La Iglesia no es otra cosa que la "familia de Dios". Desde sus orígenes, el núcleo de la Iglesia estaba a menudo constituido por los que, "con toda su casa", habían llegado a ser creyentes (Cf. Hch 18,8). Cuando se convertían deseaban también que se salvase "toda su casa" (Cf. Hch 16,31; 11,14). Estas familias convertidas eran islas de vida cristiana en un mundo no creyente. (C.I.C 1656) En nuestros días, en un mundo frecuentemente extraño e incluso hostil a la fe, las familias creyentes tienen una importancia primordial en cuanto faros de una fe viva e irradiadora. Por eso el Concilio Vaticano II llama a la familia, con una antigua expresión, Ecclesia domestica (Lumen gentium, 11; Cf. Familiaris consortio, 21). En el seno de la familia, "los padres han de ser para sus hijos los primeros anunciadores de la fe con su palabra y con su ejemplo, y han de fomentar la vocación personal de cada uno y, con especial cuidado, la vocación a la vida consagrada" (Lumen gentium, 11).

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