jueves, 1 de mayo de 2008

Mt 27, 57-61 José depositó el cuerpo en un sepulcro

(Mt 27, 57-61) José depositó el cuerpo en un sepulcro
[57] Al atardecer, llegó un hombre rico de Arimatea, llamado José, que también se había hecho discípulo de Jesús, [58] y fue a ver a Pilato para pedirle el cuerpo de Jesús. Pilato ordenó que se lo entregaran. [59] Entonces José tomó el cuerpo, lo envolvió en una sábana limpia [60] y lo depositó en un sepulcro nuevo que se había hecho cavar en la roca. Después hizo rodar una gran piedra a la entrada del sepulcro, y se fue. [61] María Magdalena y la otra María estaban sentadas frente al sepulcro.
(C.I.C 624) "Por la gracia de Dios, gustó la muerte para bien de todos" (Hb 2, 9). En su designio de salvación, Dios dispuso que su Hijo no solamente "muriese por nuestros pecados" (1Co 15, 3) sino también que "gustase la muerte", es decir, que conociera el estado de muerte, el estado de separación entre su alma y su cuerpo, durante el tiempo comprendido entre el momento en que Él expiró en la Cruz y el momento en que resucitó. Este estado de Cristo muerto es el misterio del sepulcro y del descenso a los infiernos. Es el misterio del Sábado Santo en el que Cristo depositado en la tumba (cf. Jn 19, 42) manifiesta el gran reposo sabático de Dios (cf. Hb 4, 4-9) después de realizar (cf. Jn 19, 30) la salvación de los hombres, que establece en la paz el universo entero (cf. Col 1, 18-20). (C.I.C 625) La permanencia de Cristo en el sepulcro constituye el vínculo real entre el estado pasible de Cristo antes de Pascua y su actual estado glorioso de resucitado. Es la misma persona de "El que vive" que puede decir: "estuve muerto, pero ahora estoy vivo por los siglos de los siglos" (Ap 1, 18): “Y este es el misterio del plan providente de Dios sobre la muerte y la Resurreción del Hijo de entre los muertos: que Dios no impidió a la muerte separar el alma del cuerpo, según el orden necesario de la naturaleza, pero los reunió de nuevo, uno con otro, por medio de la Resurrección, a fin de ser El mismo en persona el punto de encuentro de la muerte y de la vida deteniendo en El la descomposición de la naturaleza que produce la muerte y resultando El mismo el principio de reunión de las partes separadas (S. Gregorio Niceno, Oratio catechetica, 16: PG 45, 52).

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