sábado, 29 de octubre de 2011

1Jn 3, 2 Seremos semejantes a él, lo veremos tal cual es

(1Jn 3, 2) Seremos semejantes a él, lo veremos tal cual es

[2] Queridos míos, desde ahora somos hijos de Dios, y lo que seremos no se ha manifestado todavía. Sabemos que cuando se manifieste, seremos semejantes a él, porque lo veremos tal cual es.

(C.I.C 163) La fe nos hace gustar de antemano el gozo y la luz de la visión beatífica, fin de nuestro caminar aquí abajo. Entonces veremos a Dios "cara a cara" (1Cor 13, 12), "tal cual es" (1Jn 3,2). La fe es pues ya el comienzo de la vida eterna: “Mientras que ahora contemplamos las bendiciones de la fe como el reflejo en un espejo, es como si poseyésemos ya las cosas maravillosas de las que nuestra fe nos asegura que gozaremos un día” (San Basilio Magno, Liber de Spiritu Sancto, 15, 36: PG 32, 132; cf. Santo Tomás de Aquino, Summa theologiae, 2-2, 4, 1). (C.I.C 1023) Los que mueren en la gracia y la amistad de Dios y están perfectamente purificados, viven para siempre con Cristo. Son para siempre semejantes a Dios, porque lo ven "tal cual es" (1Jn 3, 2), cara a cara (cf. 1Co 13, 12; Ap 22, 4): “Definimos con la autoridad apostólica: que, según la disposición general de Dios, las almas de todos los santos [...] y de todos los demás fieles muertos después de recibir el bautismo de Cristo en los que no había nada que purificar cuando murieron [...]; o en caso de que tuvieran o tengan algo que purificar, una vez que estén purificadas después de la muerte [...] aun antes de la reasunción de sus cuerpos y del juicio final, después de la Ascensión al cielo del Salvador, Jesucristo Nuestro Señor, estuvieron, están y estarán en el cielo, en el reino de los cielos y paraíso celestial con Cristo, admitidos en la compañía de los ángeles. Y después de la muerte y pasión de nuestro Señor Jesucristo vieron y ven la divina esencia con una visión intuitiva y cara a cara, sin mediación de ninguna criatura (Benedicto XII: DS 1000; cf. Lumen gentium, 49). (C.I.C 1720) El Nuevo Testamento utiliza varias expresiones para caracterizar la bienaventuranza a la que Dios llama al hombre: la llegada del Reino de Dios (Cf. Mt 4, 17); la visión de Dios: “Dichosos los limpios de corazón porque ellos verán a Dios” (Mt 5,8; Cf. 1Jn 3, 2; 1Co 13, 12); la entrada en el gozo del Señor (Cf. Mt 25, 21. 23); la entrada en el Descanso de Dios (Hb 4, 7-11): “Allí descansaremos y veremos; veremos y nos amaremos; amaremos y alabaremos. He aquí lo que acontecerá al fin sin fin. ¿Y qué otro fin tenemos, sino llegar al Reino que no tendrá fin? (San Agustín, De civitate Dei, 22, 30: PL 41, 804). (C.I.C 1721) Porque Dios nos ha puesto en el mundo para conocerle, servirle y amarle, y así ir al cielo. La bienaventuranza nos hace participar de la naturaleza divina (2P 1, 4) y de la Vida eterna (Cf... Jn 17, 3). Con ella, el hombre entra en la gloria de Cristo (Cf... Rm 8, 18) y en el gozo de la vida trinitaria.

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