jueves, 21 de mayo de 2009

Hch 28, 1-10 Pablo oró, le impuso las manos y lo curó

Hechos 28
(Hch 28, 1-10) Pablo oró, le impuso las manos y lo curó
[1] Cuando estuvimos a salvo, nos enteramos de que la isla se llamaba Malta. [2] Sus habitantes nos demostraron una cordialidad nada común y nos recibieron a todos alrededor de un gran fuego que habían encendido a causa de la lluvia y del frío. [3] Pablo recogió unas ramas secas y las echó al fuego. El calor hizo salir una serpiente que se enroscó en su mano. [4] Cuando los habitantes del lugar vieron el reptil enroscado en su mano, comenzaron a decir entre sí: «Este hombre es seguramente un asesino: se ha salvado del mar, y ahora la justicia divina no le permite sobrevivir». [5] Pero él tiró la serpiente al fuego y no sufrió ningún mal. [6] Ellos esperaban que se hinchara o cayera muerto. Después de un largo rato, viendo que no le pasaba nada, cambiaron de opinión y decían: «Es un dios». [7] Había en los alrededores una propiedad perteneciente al principal de la isla, llamado Publio. Este nos recibió y nos brindó cordial hospitalidad durante tres días. [8] El padre de Publio estaba en cama con fiebre y disentería. Pablo fue a verlo, oró, le impuso las manos y lo curó. [9] A raíz de esto, se presentaron los otros enfermos de la isla y fueron curados. [10] Nos colmaron luego de toda clase de atenciones y cuando nos embarcamos, nos proveyeron de lo necesario.
(C.I.C 1507) El Señor resucitado renueva este envío ("En mi nombre [...] impondrán las manos sobre los enfermos y se pondrán bien"; Mc 16,17-18) y lo confirma con los signos que la Iglesia realiza invocando su nombre (cf. Hch 9,34; 14,3). Estos signos manifiestan de una manera especial que Jesús es verdaderamente "Dios que salva" (cf. Mt 1,21; Hch 4,12). (C.I.C 1508) El Espíritu Santo da a algunos un carisma especial de curación (cf. 1Co 12,9. 28. 30) para manifestar la fuerza de la gracia del Resucitado. Sin embargo, ni siquiera las oraciones más fervorosas obtienen la curación de todas las enfermedades. Así San Pablo aprende del Señor que "mi gracia te basta, que mi fuerza se muestra perfecta en la flaqueza" (2Co 12,9), y que los sufrimientos que tengo que padecer, tienen como sentido lo siguiente: "Completo en mi carne lo que falta a las tribulaciones de Cristo, en favor de su Cuerpo, que es la Iglesia" (Col 1,24). (C.I.C 1509) "¡Sanad a los enfermos!" (Mt 10,8). La Iglesia ha recibido esta tarea del Señor e intenta realizarla tanto mediante los cuidados que proporciona a los enfermos como por la oración de intercesión con la que los acompaña. Cree en la presencia vivificante de Cristo, médico de las almas y de los cuerpos. Esta presencia actúa particularmente a través de los sacramentos, y de manera especial por la Eucaristía, pan que da la vida eterna (cf. Jn 6, 54. 58) y cuya conexión con la salud corporal insinúa San Pablo (cf. 1Co 11,30).

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