YOUCAT Pregunta n. 359. – Parte VI. - ¿Por qué quiere Dios que su «nombre» sea sagrado para nosotros?
(Respuesta YouCat – repeticion) Decir a
alguien el propio nombre es una muestra de confianza. Al decirnos su nombre,
Dios se da a conocer y nos concede, mediante este nombre, el acceso a él. Dios
es totalmente verdad. Quien invoca a la verdad por su nombre, pero la emplea
para testificar una mentira, comete un pecado grave.
Reflecciones y puntos a profundizar (Comentario CIC) (C.I.C 2155) La santidad del nombre divino
exige no recurrir a él por motivos fútiles, y no prestar juramento en
circunstancias que pudieran hacerlo interpretar como una aprobación de una
autoridad que lo exigiese injustamente. Cuando el juramento es exigido por
autoridades civiles ilegítimas, puede ser rehusado. Debe serlo, cuando es
impuesto con fines contrarios a la dignidad de las personas o a la comunión de
la Iglesia. (C.I.C 2160) ‘Señor, Dios Nuestro, ¡qué admirable es tu nombre por
toda la tierra!’ (Sal 8, 2). (C.I.C 2161) El segundo mandamiento prescribe
respetar el nombre del Señor. El nombre del Señor es santo.
Para meditar
(Comentario YouCat) No se debe pronunciar el
nombre de Dios de forma irreverente. Pues lo conocemos únicamente porque él nos
lo ha confiado. El nombre es La llave de acceso al corazón del Todopoderoso.
Por eso es una falta grave blasfemar, maldecir usando el nombre de Dios y hacer
falsas promesas invocando su nombre. El segundo mandamiento es por tanto una
defensa de todo lo «santo». Lugares, objetos, nombres y personas que han sido
tocados por Dios son «santos». La sensibilidad por Lo santo se denomina
reverencia.
(Comentario CIC) (C.I.C 2162) El segundo mandamiento prohíbe todo
uso inconveniente del nombre de Dios. La blasfemia consiste en usar de una
manera injuriosa el nombre de Dios, de Jesucristo, de la Virgen María y de los
santos. (C.I.C 2163) El juramento en falso invoca a Dios como testigo de una
mentira. El perjurio es una falta grave contra el Señor, que es siempre fiel a
sus promesas. (C.I.C 2164) ‘No jurar ni por Criador ni por criatura, si no
fuere con verdad, necesidad y reverencia’ (San Ignacio de Loyola, Ejercicios Espirituales, 38).
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