I Reyes 8 - paginas
selectas
(1R 8, 10-12) La gloria del Señor llenaba la Casa
10 Mientras los sacerdotes salían del Santo, la nube
llenó la Casa del Señor, 11 de manera que los sacerdotes no pudieron continuar
sus servicios a causa de la nube, porque la gloria del Señor llenaba la Casa. 12
Entonces Salomón dijo: «El Señor ha decidido habitar en la nube oscura.
(C.I.C 697)
La nube y la luz. Estos dos símbolos
son inseparables en las manifestaciones del Espíritu Santo. Desde las teofanías
del Antiguo Testamento, la Nube, unas veces oscura, otras luminosa, revela al
Dios vivo y salvador, tendiendo así un velo sobre la transcendencia de su Gloria:
con Moisés en la montaña del Sinaí (cf. Ex 24, 15-18), en la Tienda de Reunión
(cf. Ex 33, 9-10) y durante la marcha por el desierto (cf. Ex 40, 36-38; 1 Co
10, 1-2); con Salomón en la dedicación del Templo (cf. 1 R 8, 10-12). Pues
bien, estas figuras son cumplidas por Cristo en el Espíritu Santo. Él es quien desciende sobre la Virgen María y la
cubre "con su sombra" para que ella conciba y dé a luz a Jesús (Lc 1,
35). En la montaña de la Transfiguración es Él
quien "vino en una nube y cubrió con su sombra" a Jesús, a Moisés y a
Elías, a Pedro, Santiago y Juan, y "se oyó una voz desde la nube que
decía: Este es mi Hijo, mi Elegido, escuchadle" (Lc 9, 34-35). Es,
finalmente, la misma nube la que "ocultó a Jesús a los ojos" de los
discípulos el día de la Ascensión (Hch 1, 9), y la que lo revelará como Hijo
del hombre en su Gloria el Día de su Advenimiento (cf. Lc 21, 27).
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