(Flp 2, 11) Toda lengua proclame: Jesucristo es el Señor
[11] y toda lengua proclame para gloria de Dios Padre: «Jesucristo es el Señor».
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[11] y toda lengua proclame para gloria de Dios Padre: «Jesucristo es el Señor».
[10] para que al nombre de Jesús, se doble toda rodilla en el cielo, en la tierra y en los abismos,
[9] Por eso, Dios lo exaltó y le dio el Nombre que está sobre todo nombre,
(C.I.C 2666) Pero el Nombre que todo lo contiene es aquel que el Hijo de Dios recibe en su encarnación: JESÚS. El nombre divino es inefable para los labios humanos (cf. Ex 3, 14; 33, 19-23), pero el Verbo de Dios, al asumir nuestra humanidad, nos lo entrega y nosotros podemos invocarlo: "Jesús", "YHVH salva" (cf. Mt 1, 21). El Nombre de Jesús contiene todo: Dios y el hombre y toda la Economía de la creación y de la salvación. Decir "Jesús" es invocarlo desde nuestro propio corazón. Su Nombre es el único que contiene la presencia que significa. Jesús es el resucitado, y cualquiera que invoque su Nombre acoge al Hijo de Dios que le amó y se entregó por él (cf. Rm 10, 13; Hch 2, 21; 3, 15-16; Ga 2, 20). (C.I.C 2667) Esta invocación de fe bien sencilla ha sido desarrolla da en la tradición de la oración bajo formas diversas en Oriente y en Occidente. La formulación más habitual, transmitida por los espirituales del Sinaí, de Siria y del Monte Athos es la invocación: "Señor Jesúcristo, Hijo de Dios, ten piedad de nosotros, pecadores" Conjuga el himno cristológico de Flp 2, 6-11 con la petición del publicano y del mendigo ciego (cf. Lc 18,13; Mc 10, 46-52). Mediante ella, el corazón está acorde con la miseria de los hombres y con la misericordia de su Salvador.
[7b] Y presentándose con aspecto humano, [8] se humilló hasta aceptar por obediencia la muerte y muerte de cruz.
[6] Él, que era de condición divina, no consideró esta igualdad con Dios como algo que debía guardar celosamente: [7a] al contrario, se anonadó a sí mismo, tomando la condición de servidor y haciéndose semejante a los hombres.
[5] Tengan entre ustedes los mismos sentimientos de Cristo Jesús.
[1] Si la exhortación en nombre de Cristo tiene algún valor, si algo vale el consuelo que brota del amor o la comunión en el Espíritu, o la ternura y la compasión, [2] les ruego que hagan perfecta mi alegría, permaneciendo bien unidos. Tengan un mismo amor, un mismo corazón, un mismo pensamiento. [3] No hagan nada por rivalidad o vanagloria, y que la humildad los lleve a estimar a los otros como superiores a ustedes mismos. [4] Que cada uno busque no solamente su propio interés, sino también el de los demás. La humillación y la glorificación de Cristo
[28b] Este es un signo cierto de que ellos van a la ruina, y ustedes a la salvación. Esto procede de Dios, [29] que les ha concedido a ustedes la gracia, no solamente de creer en Cristo, sino también de sufrir por él, [30] sosteniendo la misma lucha en la que ustedes me han visto empeñado y ahora saben que sigo sosteniendo.
[27] Solamente les pido que se comporten como dignos seguidores del Evangelio de Cristo. De esa manera, sea que yo vaya a verlos o que oiga hablar de ustedes estando ausente, sabré que perseveran en un mismo espíritu, luchando de común acuerdo y con un solo corazón por la fe del Evangelio, [28a] y sin dejarse intimidar para nada por los adversarios.
[23] Me siento urgido de ambas partes: deseo irme para estar con Cristo, porque es mucho mejor, [24] pero por el bien de ustedes es preferible que permanezca en este cuerpo. [25] Tengo la plena convicción de que me quedaré y permaneceré junto a todos ustedes, para que progresen y se alegren en la fe. [26] De este modo, mi regreso y mi presencia entre ustedes les proporcionarán un nuevo motivo de orgullo en Cristo Jesús.
[21] Porque para mí la vida es Cristo, y la muerte, una ganancia. [22] Pero si la vida en este cuerpo me permite seguir trabajando fructuosamente, ya no sé qué elegir.
(C.I.C 1010) Gracias a Cristo, la muerte cristiana tiene un sentido positivo. "Para mí, la vida es Cristo y morir una ganancia" (Flp 1, 21). "Es cierta esta afirmación: si hemos muerto con él, también viviremos con él" (2Tm 2, 11). La novedad esencial de la muerte cristiana está ahí: por el Bautismo, el cristiano está ya sacramentalmente "muerto con Cristo", para vivir una vida nueva; y si morimos en la gracia de Cristo, la muerte física consuma este "morir con Cristo" y perfecciona así nuestra incorporación a Él en su acto redentor: “Para mí es mejor morir en (eis) Cristo Jesús que reinar de un extremo a otro de la tierra. Lo busco a Él, que ha muerto por nosotros; lo quiero a Él, que ha resucitado por nosotros. Mi parto se aproxima [...] Dejadme recibir la luz pura; cuando yo llegue allí, seré un hombre” (San Ignacio de Antioquía, Epistula ad Romanos 6, 1-2). (C.I.C 1011) En la muerte Dios llama al hombre hacia sí. Por eso, el cristiano puede experimentar hacia la muerte un deseo semejante al de San Pablo: "Deseo partir y estar con Cristo" (Flp 1, 23); y puede transformar su propia muerte en un acto de obediencia y de amor hacia el Padre, a ejemplo de Cristo (cf. Lc 23, 46): “Mi deseo terreno ha sido crucificado; [...] hay en mí un agua viva que murmura y que dice desde dentro de mí "Ven al Padre" (San Ignacio de Antioquía, Epistula ad Romanos, 7, 2). “Yo quiero ver a Dios y para verlo es necesario morir” (Santa Teresa de Jesús, Poesia 7). “Yo no muero, entro en la vida” (Santa Teresa del Niño Jesús, Lettre, 9 junio 1897).
[18] Pero ¡qué importa! Después de todo, de una u otra manera, con sinceridad o sin ella, Cristo es anunciado, y de esto me alegro y me alegraré siempre. [19] Porque sé que esto servirá para mi salvación, gracias a las oraciones de ustedes y a la ayuda que me da el Espíritu de Jesucristo. [20] Así lo espero ansiosamente, y no seré defraudado. Al contrario, estoy completamente seguro de que ahora, como siempre, sea que viva, sea que muera, Cristo será glorificado en mi cuerpo.
[12] Quiero que ustedes sepan, hermanos, que lo que me ha sucedido más bien ha contribuido al progreso del Evangelio. [13] En efecto, en el pretorio y en todas partes, se ha hecho evidente que es por Cristo que llevo las cadenas, [14] y la mayor parte de los hermanos, a quienes mis cadenas han devuelto el coraje en el Señor, se han animado a proclamar sin temor la Palabra de Dios. [15] Es verdad que algunos predican a Cristo llevados por la envidia y el espíritu de discordia, pero otros lo hacen con buena intención. [16] Estos obran por amor, sabiendo que yo tengo la misión de defender el Evangelio. [17] Aquellos, en cambio, anuncian a Cristo por espíritu de discordia, por motivos que no son puros, creyendo que así aumentan el peso de mis cadenas.
[7] Y es justo que tenga estos sentimientos hacia todos ustedes, porque los llevo en mi corazón, ya que ustedes, sea cuando estoy prisionero, sea cuando trabajo en la defensa y en la confirmación del Evangelio, participan de la gracia que he recibido. [8] Dios es testigo de que los quiero tiernamente a todos en el corazón de Cristo Jesús. [9] Y en mi oración pido que el amor de ustedes crezca cada vez más en el conocimiento y en la plena comprensión, [10] a fin de que puedan discernir lo que es mejor. Así serán encontrados puros e irreprochables en el Día de Cristo, [11] llenos del fruto de justicia que proviene de Jesucristo, para la gloria y alabanza de Dios.
[3] Yo doy gracias a Dios cada vez que los recuerdo. [4] Siempre y en todas mis oraciones pido con alegría por todos ustedes, [5] pensando en la colaboración que prestaron a la difusión del Evangelio, desde el comienzo hasta ahora. [6] Estoy firmemente convencido de que aquel que comenzó en ustedes la buena obra la irá completando hasta el Día de Cristo Jesús.